viernes, 21 de agosto de 2009

El laberinto

Hoy pensaba haber escrito una historia, pero mi cabeza ha cambiado totalmente algo intrascendente hacía esto. Nunca encuentro un final para mis relatos. Y sin embargo a veces te pones a escribir y llegan solos. Hoy es uno de esos días.

Aquel día había sido largo pero no tenía ganas de llegar a casa. El hombre de la emisora de radio cacharreaba sin parar sobre la gripe A, la crisis y diversos temas de actualidad sobre los que no decía más que lo que había sido dicho ya. No estaba para escuchar a nadie asique apagó la radio y puso el Cd. La música de un recopilatorio grabado por él algunos años atrás llenó el coche.

Empezó a conducir siguiendo más la música que un camino fijo. Cruce a la izquierda, después a la derecha, y luego todo recto por aquella calle. No la conocía. Apagó el cigarro, bajo la ventanilla y tiró la colilla por la ventana. No volvió a subir la ventanilla, le sentaba bien el aire en la cara. Siguió callejeando sin ningún rumbo fijo intentando fijarse en las calles y edificios. No era un mal barrio, había gran cantidad de comercios (cerrados a aquellas altas horas de la madrugada) en la zona baja de altos edificios residenciales.

Decidió aparcar por allí cerca, ya buscaría como volver y si no, siempre podía conectar el GPS y dejar que aquella voz robótica le indicara (aunque le gustaba aquel matiz explorador que tenía el ir sin él). Vio un sitio libre, aparcó y bajó del coche. Cerró la puerta con el mando a distancia y caminó por la acera. A pesar de llevar viviendo en aquella ciudad más de diez años sólo conocía poco más que su barrio.

El letrero de un bar llamó su atención: “el laberinto” gritaba con sus brillantes letras verdes. Se asomó a la ventana y vio que estaba casi vacío. Entró y se imaginó como sería entrar en aquel ambiente tranquilo gritando “Buenos días” y ver que harían las 3 parejas sentadas en los sillones y los 2 jóvenes de la barra. Sonrió para sus adentros.

Se acercó a la barra y se sentó en un taburete. Miró a los tertulianos. Los dos jóvenes parecían estar hablando entre ellos en una conversación muy interesante, pues no perdían prenda de lo que el otro decía. Por otro lado en los sillones una pareja en cada fase de las que recordaba, una haciéndose cariñitos, otra hablando tranquilamente y la otra parecía estar discutiendo.

- Buenas noches, ¿Qué quiere que le ponga? – Se giró hacia la voz, una atractiva joven de veinticinco años aproximadamente.
- ¿Qué recomendarías a alguien con un mal día?
- Mmmm, déjame elegir.

La miró fijamente mientras cogía diferentes botellas y las volvía a dejar en su sitio. Estaba ensimismado con ella. Realmente era una chica muy guapa, hacía mucho que no veía a nadie que le llamase tanto la atención como ella. Morena, alta, delgada, morena de piel, ojos verdes y todo ello en una armonía perfecta. Cuando se quiso dar cuenta la tenía otra vez frente a él.

-Aquí tienes. – Le dijo con una sonrisa que hizo que el también sonriera, - Le llamo el quitapenas. – Se subió un poco a la barra y se acercó a su oído, - Es una receta que invente para los malos días. – le dijo susurrando.
- ¿Tan mal me ves que me pones dos vasos? – Dijo mientras ella se alejaba.
- Jajajaja – Aquella carcajada le sonó como de un ángel, ¿Qué le estaba pasando? Él nunca se había enamorado sin más; siempre le había costado su tiempo. – Si no te importa, me gustaría beber esta copa contigo. Hoy tampoco ha sido mi día.

En aquel momento su boca habló sin permiso de su cerebro.

- Quien sabe, quizá no necesitásemos tomar un quitapenas para mejorar nuestro día.

Ambos se sonrieron mientras guardaban sus alianzas en los bolsillos.

2 comentarios:

Irene dijo...

Es tu primer relato con final feliz!!!!! Muchísimas felicidades!!! Ves como sí digievolucionas?? Qué guay! Por cierto, me gusta mucho el cuento =).

Acuática dijo...

Uy, que pedorros adúlteros...
Me ha molado :)
Keep on writing!
Bss